Esto dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto. Nada hay más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo conoce? Yo, el Señor, examino el corazón, sondeo el corazón de los hombres para pagar a cada cual su conducta según el fruto de sus obras».
Hay miradas gratuitas
que nutren,
y hay miradas hambrientas
que devoran.
Hay miradas soleadas
que desentumecen,
y hay miradas invernales
que tullen.
Hay miradas hondas
como pozos,
y hay miradas ligeras
como chubascos.
Una mirada amiga
puede saltar un abismo,
una mirada odiosa
puede levantar un muro.
En el espejo de unos ojos
pueden hallarse los perdidos,
en el espejismo de unos ojos
pueden perderse los seguros
(Benjamín G. Buelta, sj)